Podríamos
sentarnos tranquilamente a mirar un paisaje y pensar en la infinidad de los
números. Nuestra vida se resume a ello. Contar para quedarnos dormidos, caídos
en la tentación de la propia perdición que se produce al pensar en algo que
nunca acaba. Enumerar las pocas o muchas posibilidades que tenemos de conseguir
algo, sopesándolas, para decantarnos por alguna opción o simplemente elegir
algo que nos dé una respuesta. Ver los pros y contras de ideas que tengas en
mente de las cuales inseguros no nos atrevemos a nombrar o tan siquiera pensar,
dudando de nuestras posibilidades e incluso propias cualidades de elección. Las
páginas de un libro, cuando ansiamos deliberadamente que nunca acabe, pero
siendo incapaces de parar para que de alguna forma u otra esto no tenga que
ocurrir. Nuestros momentos felices, los cuales nunca comparamos con el resto por
miedo a una diferencia descomunal en cuanto al resultado. Saber el número de
errores que hemos cometido y la probable cantidad de ellos que aún nos quedan
por cumplir. Las malas hierbas que nos
encontramos por el camino y que a veces de forma inocente nos atrevemos a
llamar amigos. Ser capaces de decir en voz alta todos y cada uno de nuestros
pensamientos, decisiones u opiniones tanto fugaces como aquellas permanentes
que nos obligamos a defender. Contar los peces de un río como la suma de pasos
dados junto a los innumerables días vividos. Pero en algún momento dejaremos de
contar cifras para dejar de existir y convertirnos en una de ellas, una vida
más que ha nacido y que por lo tanto ya se ha ido, porque todo lo que empieza
podría terminar acabando de alguna forma u otra. Podría sonar incoherente y un
tanto estúpido, pero quién sabe, a lo mejor los números podrían adquirir un fin
algún día.
All days
lunes, 9 de noviembre de 2015
sábado, 24 de octubre de 2015
Fantasmas del pasado.
Entré en mi cuarto de forma
instintiva, sin esperar encontrar algo diferente o simplemente buscando algo
concreto. Estúpido o posiblemente irónico, me quedé mirando fijamente el
portarretrato de mi entrada, acto instintivo que probablemente habré cometido
infinidad de veces. Pero algo interiormente me incitaba a verlo de forma
diferente. Puesto que en él no hay aún ninguna foto. No me recuerda ninguna
situación o momento pasado. No veo los ojos de alguien que me mire directamente
y pueda transmitirme algún sentimiento lejano, ni se encuentra la sencillez de
algún objeto que pueda recordarme algo extraordinario. ¿ Cómo se puede vivir
realmente sin fantasmas del pasado que nos evoquen o puedan aludir viejos errores? Me dejé caer
suavemente en el suelo con el objeto sin nombre entre mis manos. Lo abracé
fuertemente de forma inconsciente para que así pudiera fundirse conmigo en la gran
maraña de pensamientos que ahora se arremolinaba en mi mente. Como un gran
resorte me levanté de ahí de forma instintiva, bajé rápidamente las escaleras
hasta el sótano con el objeto aún entre mis brazos, y me situé frente a la gran
montaña de cajas que se disponía frente a mí. Como un gran muro capaz de
separar el pasado de un presente y posible futuro. Cogí la escalera más cercana
y fui bajando las cajas poco a poco.
Miles de fotos sin necesidad de un nombre o una fecha para poder recordarlas,
tan solo con los sentimientos a flor de piel y nuestra impetuosa capacidad para
recordar esos momentos felices. Y algunos otros que no lo son tanto. Cuando
realmente me paro a pensar en mi vida, repentinamente me inunda una inmensa
tristeza. Podría ser por la continuidad con la que vivimos nuestras vidas sin
apenas percatarnos de ello o por una sencilla cuestión... ¿ Qué tiene de
interesante mi vida realmente? No me asaltan respuestas precisamente positivas
o si quiera esperanzadoras. Vivimos una rutina continua que no cambia por más
que lo intentemos, no vemos esos momentos de locura, tan solo muchos de
soledad. Puede que no sepamos aprovechar las pequeñas cosas que tenemos y
transformarlo en algo que va más allá de lo normal. Sentir las cosas
independientemente del resto es algo que no nos paramos a valorar, pues muchas
veces relacionamos nuestra alegría o disfrute con el de otras personas con el
que compartirlo, centrados total y únicamente en esa idea, posiblemente dejando
de lado nuestras pequeñas opciones de cumplir sueños y pequeñas metas. Sin
embargo, pensar de esta forma podría considerarse un tanto egoísta. Ya que si
nos disponemos a recordar todo lo vivido, podría parecer que esos recuerdos
separados tan solo sean pequeños retazos sueltos de locura, pero que juntos
probablemente podrían formar un torbellino de emociones. Después de horas y
horas de recuerdos pasados, viviendo de nuevo viejos momentos, volviendo a ver
a antiguos conocidos a los que antes posiblemente llamabas amigos. Ser una niña
de nuevo y ver como tu padre te cogía en brazos, tu madre te acariciaba el pelo
y tu familia te miraba como si fueras lo más bonito del mundo. Hay muchas cosas
que cambian y otras no tanto, solo depende de nosotros la forma en la que
queramos verlo. Dejé todo como al principio, y cogí el álbum de fotos que había
ido rellenando las últimas horas. Subí las escaleras frenética por llegar
arriba. Entré en mi habitación y coloqué el álbum, en donde anteriormente se
encontraba el portarretrato vació. Porque definitivamente hoy había descubierto
que no podía elegir una sola foto que resumiera un momento de mi vida, sino un
conjunto que me recordara muchos de ellos.
martes, 20 de octubre de 2015
Ingenua niñez.
Sentada en una larga y peluda alfombra, frente a el gran ventanal de mi
casa que da a el balcón. Admirando la irregularidad con la que las gotas
de agua no cesan de caer. Primero, lo hacen fuertemente hasta casi
adquirir una fuerza descomunal, y luego, a medida que pasa un largo
rato, obtiene un ritmo más tranquilo, pero igual de continuo. A pesar de
todo, esto no se convierte en un impedimento para aquellos niños que se
ven a lo lejos jugar en el parque. Puede que esto para ellos no sea el
fin de una divertida tarde, sino el comienzo de algo diferente o incluso
emocionante. La búsqueda de un escondrijo en el que cobijarse, ya sea
bajo un árbol como en una pequeña e inestable caseta improvisda.
Mientras observan entre risas la delicada sutileza con la que caen las
gotas, ansiosas por poder salir a correr y saltar sobre algún charco que
se ha formado de forma inesperada. Quitándole importancia a las
posibles caídas debido al resbaladizo suelo o incluso al posible frío
que no parece siquiera afectarles. Es realmente la diferencia que hay
cuando somos niños, que somos capaces de quitarle importancia a aquellas
cosas que verdaderamente no las tiene, y posiblemente sin apenas darnos
cuenta de ello.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)